sábado, 14 de agosto de 2021

Ícaro

 


Hoy el mar es un campo de flechas negras, trirremes al sol,

la playa como un hilo que ensartará los cuerpos, en la lejanía

las murallas de Troya, la ciudad invicta, Príamo nunca consultó

al oráculo. El regreso es una serpiente de agua, sirenas que aturden

la voluntad, la maga de ojos verdes, Polifemo devora su nombre,

las islas como hogares perdidos, diez años son la vida diez veces,

Ítaca desconoce la llegada de Ulises. En el centro del navío gris

reluce un vellón como un fanal dorado, los argonautas duermen

bajo la noche sin estrellas. Medea sufre, su herida es un ascua

enrojecida que quema la sombra, un aullido es su dolor, los rebaños

se dispersan. Ante la esfinge hay un destino, la edad o la muerte,

un hombre ciego desvaría, pisa los desiertos como si pisara su alma.

En lo más hondo del laberinto, Dédalo escucha el estertor del Minotauro,

antorchas y teas encendidas, el ovillo de oro y la espada roja de sangre,

Teseo corre hacia la luz de septiembre. Y yo que soy Ícaro siento como

mis alas de cera las funde el sol. El mar no existe, mis sueños, sí.

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