Son doncellas de agua en un jardín dorado.
Tu viaje es eterno,
otras ninfas dirán un nombre
-el de un príncipe de océanos-
abrazarás su estatura hasta que la voz cumpla
con el designio de la flecha
y mencione el círculo
donde la aridez es manantial,
una arboleda de oro,
el exilio feliz entre el ramaje.
El titán te llama,
en los montes del Cáucaso un águila voraz nunca ceja,
su pico roe, eternamente, las entrañas del proscrito.
Quien desafía a un dios
o muere
o dibuja lunas de plata de solidez infinita.
Atlas no eres tú,
aunque sostengas sobre tus hombros su carga
innombrable,
él traerá la inmortalidad en tres manzanas vírgenes
y tú le devolverás el orbe,
a veces una excusa es la llave que afila la quietud de
una condena.
¿Para quién ese
fruto que brilla entre tus manos como redondo ámbar?
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