miércoles, 25 de agosto de 2021

Llego con dos anclas de marfil

 La pregunta del reloj es simple,
¿cuándo el lirio inmortal?

Llueve en la cornisa gris,
la bruja del agua se multiplica en gotas de ámbar.

Noche de murciélagos azules,
noche sin párpados,
toda ella claridad de luna mojada.

Los balcones sin rejas,
cristal de amapola en los ovarios,
un ruiseñor en el alar con gabardina de plumas.

Mi paseo de hojas blancas,
frío de piedra en los índices
que pautan tu sombra,
viajada,
nocturna
como un pastor de alfiles
sin memoria.

La luz es un viaje de olas
que sueñan candiles infinitos
bajo las cejas de un dios
que calcina con su aliento de estrella
los lupanares.

Las palabras,
¿ qué mi amor?,
sí cariño,
son ausencia de imperativos,
tumba de brioso corcel,
jauría sin rubor
en la metamorfosis que daña.

Piso hogueras como charcos
con su luz de mariposas febriles,
respiro orquídeas como branquias de un seno rosáceo,
vitalidad virgen de los esquejes
que anuncian una sed de pájaros.

Conviven en mí las cenizas en flor
con tu desnudez,
unas vuelan en nubes oscuras,
tu desnudez rompe el beso que ilumina la canción del alba,
volátil tú,
piel que flota entre los arcos del tiempo.

La soledad de las calles no grita,
ecos de vendaval y cortinas que duermen la madrugada,
en los poros de un farol,
insectos de mar,
giran,
vértigo insomne en rumor de alas.

La música es un ayer de ritmos cansados,
se vuelca en mí una estrofa
y ya no soy sino un astro sin luz
que empieza a añorar su luciérnaga albina.

Y llego con dos anclas de marfil,
y no estás,
aunque tu voz aún se escuche entre las ondas de aquel estribillo
que tan bien conocías
y ahora desconoces.

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