Va palpándose como cuerpo creciente, por sus vericuetos
hay algas y fluidos, cimas abiertas a la luz y epitafios escritos
en una caratula de piel, a menudo escoge una bandera bajo
el túmulo del azar, ¿qué país, qué isla, qué nube distraída
lo habitan? y retoña por las estaciones del arco iris, baja
al caudal de un río eterno, describe un reloj que muerde
los cabellos de la noche y naufraga en historias, de carne
y huesos, cada vez mortal y cada vez brotando de su misma
semilla como un dios ahíto de minutos, lanza al espacio
las serpentinas del día, te lleva al fulgor y a la oscuridad
en un vaivén de cometas absurdas, en un trazo colérico
muerde la raíz de su cola porque en los tobillos luce grilletes
de insomnio y vuelca en el dolor su cántico inmortal, como
un ave fénix a la que hiriera infinitamente el renacer de su cuerpo
está en ti y en mí desnudándonos, despojándonos de savia,
para que en el mustio árbol que sostiene nuestros nombres exista
otro abril bajo la primavera fugaz que colorea el flujo de sílabas
que en la voz impulsa los sentidos que claman un espacio de luz
entre los limites que forjan el origen y el final de una vida.
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