Los traemos al presente
en las reuniones familiares,
en las citas con amigos de la infancia- o de la juventud-,
al evocar los instantes felices: un nacimiento,
una celebración íntima, un éxito personal…
Esos son los buenos,
los que a menudo
nos gusta compartir.
Los malos conversan solo con nosotros,
a cualquier hora y en cualquier sitio.
Y no nos dejan en paz,
porque suelen estar relacionados
con la culpa.
Esa garrapata que no se nutre de olvido.
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