Largo el espacio húmedo donde las rosas son de cristal,
viaja el tren por la vena del río en mi imaginación febril,
curvas que impiden la rectilínea sed de quererte,
orillas que hollaron los pies del alba con su color recién nacido
de amapolas niñas; como tú, como la mano que traza ovillos de nácar
bajo el sol de agosto, al sur de la huida donde se adivina el músculo
de un árbol que da sombra a tus pechos.
Allí que no es el allí de la espera sino el del adiós perenne de los pájaros
cuando cruzan al albor el silencio de las madrugadas, volverá el rostro
que reía ante la lluvia, contigo el mapa del agua es eterno- ríos y mar,
líquido que moja la voz de los relojes-yo nado entre el perfume
y la melancolía como un pez que boquea silbidos en la tarde anónima.
Crecen labios que parpadean en los rótulos y hay niñas que cantan aleluyas
bajo un altar de musgo, eres un abanico que se abre al ardor,
la pulpa de un frutal que se derrama entre aullidos de éxtasis,
el reflejo que persigue una isla sin lágrimas.
Déjame tu sombra entre la nieve como semilla fría,
tus alas de ánfora en el abril de mi cántaro,
tu cenit indómito de enredaderas blancas,
tu imagen como un espejismo de sal sobre las olas del sueño,
tu flor inmortal que mucho se parece a un rayo de luna.
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