El dolor no grita, al contrario de lo pensable,
no está en el aullido, ni en la queja,
ni en el rictus que camufla la tez en lívida sombra.
El dolor es semilla que crece en el hondo pozo del silencio,
fertiliza y de su raíz nace la rosa de la desesperación.
El dolor nunca naufraga, flota en la hiel de los párpados
y llama a la lágrima con su canto de sirena,
escoge al albur el recipiente de la desgracia,
sin preferir edad, solo un gusto a sangre arcana
-porque es secular, eterna su sombra
en el tránsito infinito de los siglos-
le pierde, allí encuentra el reconocimiento a su valía;
pero no desdeña el caudal de la sangre joven,
en su torrente la desesperanza,
el fulgor de su poder convierte el azul del día en rojo carbón,
la alegría en ceniza, el jolgorio alegre del existir en nube espesa
que derrama su flujo hiriente por los intersticios de la piel.
En la hondura del corazón, en las ramas de un árbol ya no fructífero,
comido por el hongo del silencio, desaparecida en él la flor vital,
languidece su savia bajo la penumbra que carcome la luz de la esperanza.
Así el dolor convierte en sinrazón el meteoro febril de la vida,
el río se oscurece con tizne amargo, y clama el espíritu
por un oasis de aguas vírgenes; y se niega el filo de su puñal
con el orgullo del hombre, su derecho a ser hoja
que se desliza por la corriente, sin penar, sin el alfanje
candente hiriendo las vísceras, sin la noche en el alma
ni el fuego interior quemando la luna de la felicidad,
sin ignorar que no es eterno este rumor pasivo de las frondas
en la quietud de la tarde, ni la sal del mar o el aroma del fruto
maduro o la luz fraternal o la belleza que obnubila.
El dolor puede durar más allá de los pasos que en los días vividos
se dan tras la dura verdad de los espejos
donde solo después de haber estado ante su evidencia
se descubre el destino que le dará sentido a todo
lo que, cuando te vayas del mundo, será, únicamente, historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario