Alguien regó con mimo la semilla, dándole el agua
que la tierra demanda, buscó el lugar donde la luz
es una amante fértil, rocío las hojas que relucen en el ocaso
con el oro de un sol que declina, dispuso que la humedad
y la temperatura más adecuadas favorecieran el crecimiento
de la planta, recortó algún brote mal nacido, estuvo pendiente
de que insectos y parásitos no malograran su sueño;
y al fin vio el fruto en esa flor que primero fue raíz,
tallo, esqueje, hasta derramarse agradecida en pétalos.
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