Hubo vasos de cristal con la miel de un añoso ron en su vientre,
insólitos tapices con el multicolor reflejo de una primavera
sin la negrura hostil de las sombras invernales.
Plazas sin pájaros donde la luz es un silencio
iluminado por las risas de los niños,
cines de barrio que ofrecen sesión nocturna
para que el deseo crezca en las bocas amantes
como un rosal rojo bajo el carmín de la lujuria.
Y tú siempre en abril, con las flores y el azahar
de los naranjos en los recónditos senos;
y el perfume de la orquídea en la voz
como si el aroma fuera una palabra de aliento fugaz
perdida en los labios conjuntos del ardor.
Y yo, árbol de tus noches, neblina que cubre el panteón de tu cuerpo
con su lámina de agua, me aproximo a ti desde el alfil
de mayo para que no olvides que el discurrir de mi río
lo guía el manantial de tu ausencia.
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