Y si el nómada llega al río donde el agua es un hilo que avanza entre sus orillas
como un arpegio de sangre para sentir el sonido lento de un caudal interminable
donde su cristalina rosa se divide en pétalos de añil.
Y si en el telar del cielo hay mapas que se estiran como la piel de un dios
y surcan las planicies estelares mientras él absorbe con sus ojos
la verdad empírica del viaje que no es más que el propio viaje en sí.
Tal vez oiga en su camino el clamor de los árboles cuando el aire vuelca
su desnudez y azota las ramas con timbal de ensueño, quizá vea en la luz
su rostro alejándose entre olas de mar y montañas como alfiles dorados.
Es posible que se halle junto al colibrí y el baobab,
a la vera de cualquier jungla o en el centro de una urbe innominada,
detrás de un palacio o en el arrabal donde las miasmas no son la flor del olvido.
Incluso puede ser que camine bajo las pérgolas de Babilonia que dan sombras de plata
o visite al arcángel en su falso edén de fuentes como manantiales de paz y música.
Algún día nos lo dirá si es que regresa a nosotros.
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