Soy por orden el cuarto de seis, ese número que está
entre el cinco y el tres como un centinela en su guarida
de sombras pares. De bruno color la piel que nos viste
con su misterio colonial de ancestros cuya voz dulce
era una música tan frágil como el susurro de los pájaros
al mudar el día a noche. Himnos de sangre brotan
de las paredes y son de abril floreal los espejos cuando
el canesú, la diadema, el arlequín... se hacen primor
de caléndulas, de rosas, de jazmín, en los ojos de las niñas.
Y está el balón y el ajedrez del suelo sin reyes de marfil,
y están los cuadros oscuros bajo la rubia luz de los plafones
de cristal, y el carcaj del teléfono como una cáscara
que timbrea en la anochecida con ritmo de cascabel lunar.
Y, en fin, también están las fotografías llamando a los recuerdos
desde el silencio de unos nombres que aún pronuncian mis labios.
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