martes, 12 de marzo de 2024

La casa luminosa

 

Oh tú almanaque solaz

que pintas en la fiebre del tiempo

guirnaldas con raíces unívocas.


En la piel que nos envuelve dibujas horóscopos sin nombre,

quedan las heridas del pasado batiendo en las ventanas

como una percusión de dolor y ausencia.


Flotan los ardides y las muecas, el silencio y los rumbos

de una cometa en tus ojos, la falsa armonía de los horarios

y el metal de los relojes sonando a luz en los intersticios de la noche

como un canto de alcobas, una mudez de niños durmiendo,

el trajín hospitalario de los minutos rotos que se vuelven nubes

enraizadas en el tapiz de las habitaciones, la fósil presencia de los objetos

que adeudan al eclipse de la memoria una rompiente tierna de recuerdos amigos,

la flor de unos labios que se abren al pálpito familiar

de la añoranza compartida junto a la voz antigua de los rostros

que un día fueron juventud de olas precoces en un océano común.


Y callas como un sol de noviembre ensombrecido por los carámbanos de la edad.


Me dices que hay un sueño de mariposas en el aire

como si todavía existieran alas en tus hombros de bruja atroz.


Oh tú que me enseñas los pétalos prohibidos en el corazón de las paredes

ven al círculo que soy, hunde tus corvas en la fe que perdí,

dame no la cruz del olvido sino una esperanza

donde mis recuerdos sobrevivan al témpano de la lejanía

y mis manos puedan abarcar la luz que ahora

se pierde bajo el candil oculto de un ayer que aún es mío.
















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