Oh tú almanaque solaz
que pintas en la fiebre del tiempo
guirnaldas con raíces unívocas.
En la piel que nos envuelve dibujas horóscopos sin nombre,
quedan las heridas del pasado batiendo en las ventanas
como una percusión de dolor y ausencia.
Flotan los ardides y las muecas, el silencio y los rumbos
de una cometa en tus ojos, la falsa armonía de los horarios
y el metal de los relojes sonando a luz en los intersticios de la noche
como un canto de alcobas, una mudez de niños durmiendo,
el trajín hospitalario de los minutos rotos que se vuelven nubes
enraizadas en el tapiz de las habitaciones, la fósil presencia de los objetos
que adeudan al eclipse de la memoria una rompiente tierna de recuerdos amigos,
la flor de unos labios que se abren al pálpito familiar
de la añoranza compartida junto a la voz antigua de los rostros
que un día fueron juventud de olas precoces en un océano común.
Y callas como un sol de noviembre ensombrecido por los carámbanos de la edad.
Me dices que hay un sueño de mariposas en el aire
como si todavía existieran alas en tus hombros de bruja atroz.
Oh tú que me enseñas los pétalos prohibidos en el corazón de las paredes
ven al círculo que soy, hunde tus corvas en la fe que perdí,
dame no la cruz del olvido sino una esperanza
donde mis recuerdos sobrevivan al témpano de la lejanía
y mis manos puedan abarcar la luz que ahora
se pierde bajo el candil oculto de un ayer que aún es mío.
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