Vosotras, las que saltáis el árbol de los sueños con trenzas de niña:
tú la que amanecía con el sol negro en las pupilas, tú y tu breve tez
alba, rubio cáliz de un azar genealógico y tú la que holló la primavera
con los ojos rasgados y nunca preguntó por qué el silencio
caía como un alud sobre su corazón en llamas.
Vosotros, que rasgáis los velos de la quietud, tú el muro que alienta
bajo un equinoccio sin ecuador, sereno y noble como un barco
en el río fugaz de la costumbre, tú el de la voz que se eleva
desde la mínima estatura de tu sitio en el azar,
lo mismo que una bandera recorriendo el mástil de la luz.
Hermanos y hermanas que aún lloráis por el ayer de las amapolas
en nuestro jardín silvestre, venid a mí si la nostalgia es un telar
compartido donde los rostros de la niñez se enhebran en un tapiz
al que la memoria regala el secreto en ciernes de la flor más viva.
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