Era otra agua, no la cantarina,
no la del surco y el resplandor
cuando el torrente de abril golpea las orillas
y el caudal se esparce como una música líquida y poderosa.
Era el agua que agita su rizo como columpio de mar
con regueros salinos sobre la piel venteada por un aire sin piedad.
Las dos en tu frente, las dos altas columnas, movibles columnas,
pilares de la luz que te cosen a su pared cristalina
de moléculas transparentes.
Agua de borrasca y tormenta en frenesí de olas verticales,
agua de llovizna irisada, de lago como cristal
donde las nubes son raudos jinetes combatiendo en una lid efímera.
Era el agua del bautismo purificador tras el silencio
y la plegaria que moja la cerviz y el cabello negro del acólito.
No el agua del albañal, oscura como un lirio oscuro sin olor ni color.
Tampoco savia de un ámbar pútrido entre flores de nectar dulce.
Era el agua de tu boca, el flujo que invade la comisura de mis labios
con su húmeda secuencia de besos como jardines regados por la lluvia de tu nombre.
Lluvia que cae sobre mí lo mismo que el silencio cae
sobre los espejos para formar el delta de un árbol sin palabras
ni rostro que las diga.
Era el agua de un río que brota en mí
y muere en mí
como una elipse de sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario