Yo te vi ausente, lejana de ti como una primavera sin flor.
Era el tiempo en que el aullido del aire moría en tu boca
cuando tus labios sellaron la hondura de una voz
que fue voz de ángel en el paraíso fugaz
de aquella juventud añorada.
Y es que tu sonrisa parecía una mueca
donde dos cuerdas tiraran de tus mejillas
alzando tu rostro hasta el silencio.
Enflaquecida como un junco en la laguna de los años
vivías más en el seno de tu alma que en la carne
ligeramente amarillenta que me mostrabas cada día
al brotar la noche.
Y en tus bolsillos las pastillas azules, verdes, blancas...
sin saber a qué color corresponde la felicidad
y a cuál la derrota.
Había en tus ojos una lluvia de epístolas sin escribir,
un mensaje sin letras ni destinatario,
una vencida petición de ayuda que anidaba en los párpados,
un abril como un invierno de flores de nieve en tu faz.
Hospitales rotos caen de tus manos
y de mis manos el perdón que te pido cada vez
que me veo los espejos.
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