Caminas por el parque como flotando en nubes de escarcha.
Te moja la lluvia de noviembre
con sus cristales líquidos de bendición tardía
mientras en el gris de la luz
los fantasmas del tiempo
escoltan el fluir adolescente de tus pasos.
Y es que en tu memoria la ciudad resucita con perfume de alhelí,
y el sol del estío baña el color de tus ojos
con la luz de una tarde ya madura.
En el jardín del otoño, las hojas caídas y el ocre de los árboles,
que destellan por un momento, con sus ramas vestidas de agua,
la música de las fuentes que tintinea con melodía de cántaro
llenándose de paz, el trino del ave junto al río
como un ardid de ninfas que ocultan su voz;
no te permiten ser el ángel de la lluvia
en la ciudad insomne de un agosto añorado.
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