Eras de agua y te vestías de bruma
con tus altos pechos manando
como fuentes de lluvia y rocío.
Al llegar la noche el húmedo perfil de tu rostro en los cristales,
contorno frío que se desliza en gotas de escarcha,
moría con la sed de los mirlos
embrujados por la luna de abril.
Y así cautiva del baile de un viento que azota tus caderas
te mueves al azar bajo las nubes que ensombrecen el sol;
y nos dices adiós con los ojos de una niña
que se niega a vivir en los desiertos.
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