La
extrañeza como un don de la noche.
Yo isla,
suburbio, frenesí azul.
La lluvia y
el neón, transparente la lluvia, el neón húmedo,
velado,
escondido tras su pálpito multicolor.
“Yo solo
quiero hablarte de tu luna en mis labios, de los trópicos
y su flora
de plantas alegres, del mármol de los mausoleos
que brilla
en el crepúsculo como un rubí de sangre”.
Delgada tu
voz, delgado el pilar de tu cuerpo,
delgada la
quietud que te corona, delgado el susurro de tus labios,
delgado el
alfil de tus caderas, delgada la luz de tus ojos,
delgado el
pubis que se abre al misterio, delgada la sonrisa de tu huida.
Y me llevas
al territorio donde las oropéndolas son de ámbar
y los
alfeizares de merengue dulce, al jardín de los fantasmas heridos,
al círculo
concéntrico donde no hay salida, a la duna de plata
que refulge
debajo del candil de las horas, a la quietud del trueno
después del
estertor, al río que aman los murciélagos
que viven
en tus hombros prohibidos, a la raíz
de todos
los bosques que te habitan.
Déjame ser
extrañeza, suburbio y frenesí
bajo el
neón que la lluvia moja.
La noche es
una piel oscura en el corazón de mi isla.
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