Primero oír
su melodía con los ojos cerrados a la luz,
el frescor
en los pómulos de esa leve cortina de gotas felices
que cae
como rocío en los pómulos, como beso en los labios.
Qué álgida
su espiga, que lengua desplomándose,
armoniosa,
qué agua rezuma en las bocas de tritones,
corales,
ninfas, caballos sin paz.
Alegoría mística
en los espejos inéditos de un lago,
mosaico
escondido en su vientre multicolor,
un conjunto
inmortal de figuras que crea ficción,
que
reivindica un mito, que en la noche reverbera
con
silencio de luces y rotundas cabriolas del agua.
Animales
dorados y sirenas de río, juegos de verano
que
refrescan la piel infinitamente humana, la sed
de los
pájaros y la estatua en un pedestal que llora vida.
El chorro invencible es caudal milagroso, sentencia de amor,
lujuria de
una carne solícita en un acto de entrega
a su
murmullo de fertilidad, a su alegre trino de infantil cascada.
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