Las palabras que dijiste flotan en el aire como gusanos ciegos.
Un perfume tenaz, de piel sin tatuajes, inunda los espejos,
entonces sé que te has ido al lugar de las hojas caídas,
al rumor invisible de lo ignoto.
En el espacio de paredes blancas tu voz es de metal,
como oro líquido el rastro que aún persiste en el collar que olvidaste,
en la enagua sin vainicas que duerme en mi cama,
en la cinta que anoche mordía tu pelo.
El café humea en el tazón sobre un mantel de hule,
hay un silencio de árboles mudos que me hace compañía.
Casi siempre olvidas cerrar la ventana, es tu forma de querer a la vida,
de recibir la claridad con el abrazo ausente de tu cuerpo que de pronto no
está,
y aun así deja conmigo el misterio de tu luz.
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