El dragón sin alma de la oscuridad escupe bombas negras.
Por la sed
de la historia, por la caries del imperio,
por las trompetas
del caos, por la gloria de la inmortalidad
y la megalomanía
de los espejos.
El dragón
en su cama de alabastro duerme sin luna,
no le
importan los huérfanos, solo el avance de la crueldad
y el poder
de la espada de fuego, solo el hipócrita alud de la conquista.
El dragón
de ojos rasgados invoca a los zares antiguos,
su trono de
perlas fulge entre las llamas,
los edificios
muertos,
la carne esparcida
por los jardines sin flor
como semen
de maldad.
El dragón
no escucha la voz de los niños,
se pasea
por los palacios con la frente alta,
orgulloso
como un misil certero,
necio como
un pedestal que se iza
sobre el tallo
de la inocencia.
El dragón rumia
la locura en su senil memoria,
solo quiere
un juguete nuevo
cuyo nombre
es genocidio.
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