He ido al color y el aroma
del yodo, y a la música
del oleaje con su lengua
blanca y sus rizos alegres.
La arena purísima como hostia
de cuarzo, los cuerpos
bruñidos y el sol robusto,
leal, dios de la luz y la mañana.
Mi piel con poliédricas gotas
como pecas invisibles siente
la cálida presencia del rayo,
el mínimo roce del aire
en el vello, el tránsito de
la humedad que se agosta
en los poros y alza una flor
de sal, blanquecina como
un traje de novia, transparente
como un cendal de monja
núbil, efímera como maná de
espuma en la raíz de mi pecho.
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