Yo soy la
carne que madura.
Tú la corola
amarilla del amanecer.
A ti te llama
la luna, a mí el rojo desvaído del crepúsculo.
Cuando tu
desnudez descubre el sexo recién nacido
los
claveles de la luz lanzan llamas de ardor,
serpentinas
que caen sobre el brocal de tu vientre.
Y creas un
hemisferio, y la noche rinde sus ojos a tu primavera,
y buscas
mis omoplatos como un ave busca su nido.
Los
meteoros eligen tu sombra, los ríos tu cauce,
las olas tu
mar, el soliloquio de los espejos revela
el confín de
tu imagen, la singladura de un cuerpo que ha brotado.
Y vendrán
los eclipses y el alguacil del miedo
con su
frente de granito y las adelfas de carne niña,
y los
vientos del sur con el cálido eco de un jamás.
Y ahora la
lluvia, y el silencio del árbol y el corazón ya desnudo de alfileres,
ya limpio
de astas y del sinsabor que deja en la lengua la metástasis del sueño.
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