martes, 5 de septiembre de 2023

Yo abrí una puerta

 

¿No ves cómo nieva en los labios de la efigie?,

el blancor celeste se arrodilla sobre el vientre de tu magia,

oropeles lentos que surcan la frágil astucia del aire,

el primor del tul que acaricia un seno azulado va hasta ti,

como un abrigo de nácar, como las estrellas en la virginidad

que en los relojes reluce, como el ritmo de las amapolas

cuando se abren al hemisferio del día.

 

Igual que el cantil, la acequia, el mudo agujero

que nació boca de albañal, la estatura de las fuentes

completamente albas, ríen los caños con su rumor cantarín

de niños en juego, y la plata ebúrnea, misterio del orfebre

que en la filigrana dibuja un oráculo, una sed, un miedo,

una mano negra-figa de nudillos que afilan su noche-

con su arabesco de dédalo y su corta longitud de azabache pulido.

 

Pero a ti te atrapan las flores no nacidas, el agua que da razón

al silencio de las gárgolas, los veintinueve escalones

que junto a la catedral llevan la corona impar

de una cicatriz en la frente.

 

Te regalé la música suave que, lo mismo que un licor, penetra en el río fértil

de los lugares oblicuos, como un imán de gotas tristes

llegaste a la sombra y al fulgor, a la sonrisa lírica de las canciones,

a la magia de los saxos, la guitarra, el piano,

una batería armoniosa-el pedal, el bombo, los platillos que vibran-.

 

Viajero de mí, sin mapas, con la brújula enterrada en el surco del hábito,

dentro del óvalo yo abrí una puerta, entonces lo rubio fue un nombre,

el ágil espejo de tus ojos una mentira poderosa

de azúcar en el dintel oscuro, solo se quiere

lo que fue amanecer, nunca negritud, en los jardines del olvido.

 

 

 

 

 

 

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