No hay un acertijo en su
serena mano de hoz
que corta la espuma con su
brillo exhausto
de luz sin alas, de redondel
donde los peces
miran a ese sol inventado de
destellos como
saetas de un reloj, su sincronía
es una metáfora
de la inutilidad del azar, su
índice salvador distrae
a las gaviotas que mudan de
plumaje al morir el día,
al encenderse el fanal como
un ojo sin pausa que traza
el círculo donde las sirenas
son barcos de escamas azules
y blancas, donde no existe el
frenesí enloquecido de las olas
que en su herida se alzan ahítas
de resplandor cuando el haz
recorre su cresta de merengue
y espuma y las sigue y las persigue
hasta el límite del arrecife,
allí regalan su amor salvaje, allí no
hay un dios de luz entre el
coral, allí no llega la bondad del faro,
el tímido faro que más allá
de su contorno se olvida de que es un sol,
y se entrega a la noche que
vence a su aliento de cauce, de señal,
de aviso bajo el silencio de
un cielo mudable y tenebroso.
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