Esta soledad de herrumbre en los cristales,
el amarillo de un farol ilumina mi rostro.
Mientras, yo espero al alma vencida por el dolor,
al joven que vuelve borracho de su celebración de alcohol y música,
a la urgencia de quien busca en un túnel el neón de la última discoteca,
al perdido que ya no tiene sombra,
al que finge amabilidad y esconde una navaja
entre las jeringuillas de su bolsillo roto,
al que madruga para tomar un avión
y llega junto a mí con los minutos contados,
a quienes hacen sexo sin que les importe nada,
y son vendaval de lujuria.
Pero al llegar el día yo seré otro, cuidaré mi jardín,
besaré a mi mujer, conversaré con los niños
de las cosas de los niños.
Hasta que el turno de las diez,
de nuevo, me reclame.
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