Solo en el cristal ambiguo
descubres los caminos del azar.
Nunca supiste de tus alas, de
la fiebre de volar los istmos de la luna,
de las cordilleras que en tus
mejillas dejaron su sello de majestad,
las horas donde se respiró el
latido voraz de una cumbre feliz.
Fue tu juventud un tren
agotado por los horarios,
la calma engañosa de la
palabra al surgir del silencio
como una lengua sin artificios,
adormecida bajo los consejos
caducos que ya no dan cuerda
a tus relojes.
Y, aun así, rebelde, con tu
pose de dios antiguo,
amaneciste en las camas de la
jungla
como una pantera poseída por
el sueño de los cazadores,
que te nombran, que te
conducen al final de los ríos
cuando tú eres torrente, tus
hombros soportan
las columnas que la vida siembra
en una piel
que hoy sería capaz de vencer
al tímido jardín
que una noche, sin preámbulos, te colmó.
En tu memoria palpita un tizón que refulge;
y ahora en este descenso
inexorable de los años
una bandera se alzará junto a
ti
y aquel tiempo en que fuiste
el agua
que alimentaba todas las
fuentes,
el estallido febril de las
cenizas que como el ave fénix
regresan a menudo al molde de
tus sueños,
será el bálsamo que hará más
soportable
lo que aún te resta por vivir.
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