Cómo sufre la luz por no
tenerte.
Aquí, amor, no hay espejos
que mientan
con la frágil calidez de los
niños sin mañana.
Aquí el invierno crece como
un árbol dentro de mí
y ni el abrazo nos abriga, ni
el silencio cobija
bajo su callada magnitud
nuestra piel
que un rocío pálido, encubre.
Y son las sombras una flor de
hielo en la pared de la calle,
y son los faroles lluvia de
nieve amarilla
que solo moja a los perros
nocturnos.
Nadie pasea su noche de
carámbano
por los cristales rotos de
las tiendas de extrarradio,
nadie va a sentir un sol
humilde en sus ventanas
lamerle el corazón al frío.
Todavía de la unión de nuestros
cuerpos
brota una llama de calor, más
allá de la pobreza,
más allá de la realidad, con
sus ojos de eclipse en la luna
de tu eterno verano, tan
próxima tú, mi tizón
que no sucumbe al salvaje
vendaval de la ventisca.
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