A veces creo que es la
ventana la que me mira,
cruzo ese filamento de luz
que moja el cristal,
mi imagen desvaída es un
contorno humano
que va extendiéndose por la
superficie como un fantasma antiguo.
Como la sombra que deja un
rayo en el corazón del trasluz,
como el desdoble de un eco,
con su color,
su densidad, su coloquio
inventado por los pájaros
que llegan a morder la
cicatriz de mis ojos
en la piel pulida donde
siento latir el más allá.
Y la gente que inicia el día,
tiendas que no tardarán
en alzar el cerrojo como
párpados tras una noche de luna llena,
el bar de los cafés humeantes
y las copas de orujo,
los autos con los faros
encendidos igual que lobos
que odian los jardines al amanecer.
Y el pulso inconmovible de
los relojes, y tú con mi metáfora en los hombros,
cubriéndote de ensueño para
que yo descifre el ardid de tus pasos
que se alejan,
se alejan
como flechas que añoran el
carcaj
que fue su nido antes de que
la vida las arrojara
hacia las constelaciones de
un futuro
entregado al azar.
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