Y es que somos nada, pero lo
tenemos todo.
Un jardín prohibido que
guardas bajo tus axilas de oro,
tus rodillas en mi vientre
como una victoria del deseo.
La desnudez tuya y la mía en
una cama de alambres florecidos,
la risa y los atardeceres que,
para mí, son tu rostro en un malecón sin olas,
el silencio de las miradas
que estallan en los ojos igual que fuegos artificiales,
la sed de un relámpago en el
corazón de tu sien dormida.
El río por el que navega mi
horizonte, que eres tú,
líquida, inmortal, en tu
misión de verterte en el día,
los propósitos y los miedos,
el viaje entre palmeras
protegiéndome del sol con tus
ramas niñas.
Y el misterio de convivir
bajo los sexos vírgenes de la juventud,
y tu voz, y tu piel, y tu
esplendor y mi ceniza,
el molde en el que ya no soy
yo, sino el perfil
que tú me das cuando te
acercas a mí como una sombra.
Y es que lo tenemos todo,
aunque seamos nada.
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