martes, 19 de septiembre de 2023

Copulando en las esferas

 

Un pedazo de ámbar cuelga de tus ojos

sin que reverbere la luz en su centro.

 

Eran los gestos comunes, las calles compartidas,

los cines de segunda sesión, los libros de bolsillo,

los paseos de madrugada cuando la lluvia es una lengua húmeda

que bendice la piel, nuestra alianza.

 

Pero no es suficiente el oro de los gustos

ni la verbena de las fiestas

a las que enviamos las sombras que nos hieren,

no basta un latido común que nos aprisione en suburbios,

en recitales donde cantan los sueños,

detenidos en la noche cuando la catedral es un barco luminoso

anclado en su metáfora de candiles y yedra.

 

A veces las palabras son un tambor oxidado,

oyes el eco antes del golpe,

confundes una afirmación con las ropas viejas de la mentira que vence,

y te regalan números de teléfono, la soledad del mar

que requiere dos cuerpos para ser un dios,

la vergüenza sin código que muerde mi voz

con el impronunciable murmullo del ansia.

 

Y aunque te vista de trenes al amanecer,

aunque seas playa de invierno con su magia de luna

en el crepitar de las olas, aunque nademos en la piedra

de las ciudades melancólicas

como gárgolas recién nacidas,

aunque no exista un más allá que los pasos en la niebla,

los suspiros que aman la pérdida,

el corazón roto tirado en las alcantarillas del encuentro;

algo quedará, una rosa azul inexistente, 

una huella que hizo del amor una pregunta,

una canción que no cantamos juntos,

una vida no vivida en donde podría haber nacido el fulgor,

la llama duradera de un tiempo sin otra verdad

que nuestros nombres copulando en las esferas de los relojes ausentes.

 

 


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