Si me hubiera introducido en
ti ya conocería los viajes,
porque hay ríos que solo transitan
por tus venas,
un mar que roza tu piel con
olas que no pueden morir en la arena
sino en la pared que encauza
el pulso arcano de tu misterio.
Y es que vi en tu frente las
casas blancas del sur,
los palacios vacíos que una
vez gobernaron el mundo,
los acentos más niños que enternecen
tu voz,
las torres con su yedra de
tiempo mostrándose desnudas
igual que una derrota en la
mitad de los siglos,
igual que un reloj anunciando
a las horas fugitivas
de un imperio roto.
La sonoridad de una fe sobre
la que ha llovido razón,
con violines sin alma, con
lentos arpegios que se apagan
como ascuas bajo la escarcha
que solidifica el fuego
que antaño conquistó países,
ciudades encerradas
en el ámbar de un árbol de
piedra, soldados de rojo
sobre caballos esbeltos en un
ardid solemne
ante las verjas de un símbolo
que finge ser altivo
ante la luz de la historia.
No hay nada fuera de ti.
Te recorro con mis pasos de
nube y es tu mundo de coral
y fosas marinas, de auroras
boreales en el fondo de tus pupilas,
de desiertos y jungla que llegan
sin avisar, de lagos como azogue
y almenas guerreras sobre un
castillo que aun guarda los ecos
de una batalla perdida.
Sin moverme te he recorrido
hasta llegar a tu isla
donde me espera una casa, un
jardín,
el sueño de un cosmos
del que no quiero despertar.
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