Será que la lluvia no deja de
crecer a tu espalda.
Te llevas el sol y la primavera,
las flores y la brisa,
conmigo el agua sin preámbulos,
la borrasca inclemente,
el viento voraz que moja mis
pasos con su canción
de nube plañidera. Pero yo sobrevivo
a los charcos
que tu cintura desprende como
un plenilunio en el
cristal orgulloso de tu ría azotada
por el céfiro y la noche.
Al marcharte se va también el
crepúsculo hacia las orillas
de un sueño invadido por la
luz de los cometas. Y yo abro
mi paraguas, cierro el
impermeable y camino entre las olas
dulces que va dejando tu rastro,
hasta que el día descubra
el alfil de la mañana, y ya
solo sea un caminante que añora
el espejismo gris que la lluvia
puso en la cicatriz de mi nombre.
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