Es de noche y hace frío, un
frío de mordedura,
un frio blanco de nieve en la
orilla de este túnel.
El frío me hace sentir que estoy
en el orden de la vida,
veo como bajo la pantalla del
farol los copos son amarillos,
caen sin pausa, igual que
plumas de un pájaro
al que no le importa perder
en el vuelo sus espigas suaves,
la siembra que arroja en el
pozo de la noche.
Hoy han llegado cinco más,
una mujer con greñas azules
a la que nunca antes vi por
aquí, Marcial, como siempre ebrio,
Mariluz con sus gritos que
nos impiden dormir, un joven escuálido
que quizá se escapó de casa y
el viejo Martín que una y otra vez
anuncia su muerte con risas
de sonámbulo.
Dormimos y yo sueño que
colgamos de los techos como murciélagos,
el frío teclea en mi piel una
canción de escarcha,
una brisa sucia se posa en la
humedad,
de allí nace el olor a nausea
que lentamente nos besa los pulmones
como una novia desesperada
por sentir el aliento humano,
una podredumbre que no se
volverá aroma de flores
en este cementerio sin
cipreses.
¿Qué hago aquí?, es una
elección libre, es un castigo, una penitencia… pudiera ser.
Tuve en mis manos el oro del
triunfo, la devota fe de una familia,
todo lo que el dinero
consigue sin que el alma lo apruebe,
pero renuncié como un Cristo
muy pequeño, de juguete,
la pobreza es una flor
antigua, la humildad un jardín interno
que solo el mismo jardinero
que lo cuida logra ver; y yo soy ese jardinero
que desdeña los colores del
mundo, que convive con el que está maldito,
con el despreciado porque hay
en ellos un silencio de palomas
que no han querido volar en
un cielo de negro metal,
de ambición; en otros lugares
se vive bajo un amanecer fingido,
no aquí donde la claridad más
pura entra alegre
como una ola de calor
fraternal, madre amante de las almas caídas.
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