Las horas semejaban un vuelo de palomas sin rumbo,
los días un teatro multicolor donde el azar cambiaba
el escenario y los actores, el guion y los diálogos a la espera
de un Deus Ex Machina que nos sorprendiera cuando ya la vida
parecía acomodarse al pedestal de nuestros hombros.
Noches de alcohol en los sótanos de un bar,
abrazos reprimidos que se volvían luz en la leve sonrisa,
el viento del mundo agitaba las páginas de un poemario
que dormía en mi bolsillo, música de jazz,
el humo como un sombrero brumoso,
espeso, caliente.
Vivir sin horarios ni voz de compromiso,
la sexualidad busca hilos paralelos que tejan el éxtasis,
una urdimbre de cuerpos, sudorosos, álgidos,
en clamor de suburbio, reverbera el instante
después de la cópula.
A menudo miré en los tejados, en las chimeneas,
en las antenas de los edificios, pero nunca vi un ángel,
solo pájaros ausentes que se posaban en los alambres del tendal
o en los aleros, como gárgolas de piedra, como efigies del temor,
el miedo a tener que sobrevivir, el miedo al futuro,
el miedo al silencio que vendrá cuando la luz se marche
para iluminar otras flores que dejen a un lado las nuestras
ya marchitas.
Recuerdo la lluvia y tu nombre, el aire húmedo se posaba en las estatuas,
lentas gotas caían de los bustos inmóviles, la eternidad desafía
así a la podredumbre de la carne, solo unos pocos se vestirán
de mármol o de granito, aunque también serán, al fin, olvido.
Sé que soy sombra, el simple eco de un reloj que un día se alejará de mí,
qué rumor de ríos quedará, qué relumbre de espejos, qué historias sin contar,
qué palabras sin voz, qué viajes interiores no volcados en un papel,
qué países habrán visto estos ojos sin mañana, qué horizontes perdidos,
qué aconteceres mágicos o funestos morirán como el humo en el corazón del viento;
ya solo vestigio de lugares que nadie podrá recordar, imágenes de fotografías
que nadie querrá ver.
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