Escondes un
alma infantil en tus párpados caídos.
Se viste de
oscuro el día,
los latidos
no tienen hambre,
falta un
sol que ilumine las palabras,
un jardín
que se alce desde el corazón de la niebla.
Y es que
ignoras que fuiste el dardo en la herida
y ya no hay
horizonte al que ir,
sientes un
frío ancestral en la faz de tus sueños,
la decepción
te atenaza con hilos de óxido y mudez en los labios,
el
cansancio es un perro sin ojos que habita tu noche.
A menudo revives
la infancia
como si aún
fueras un niño en el vientre de la claridad,
como si tu
alma fuera un pétalo de la flor de la alegría.
Al abrir
los párpados
te miras en
el espejo,
y, sin
querer, lloras.
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