Tu cuerpo es espiga de rubor, cimbreándote a la luz,
mariposa ardiente, vagas cruzando los mares del crepúsculo,
rendida ante el espejo, desnuda, alta torre de marfil,
peinas el oro esquivo de las ondas que el cabello extiende
sobre tus hombros de carne sedosa, de colina al sol
que declina; hay en tus ecos una armonía de algas
temblando en la fría corriente de tu ser, hay una música
pálida que llega a mí como un murmullo de sexo vivo,
como una lengua que vibra en la orilla de mi nombre,
como un resplandor armonioso que roza al miembro mío,
que se eleva hacia ti, ausente tú en la distancia de unos pasos,
lamiéndote la duda en el espejo, sin que yo, víctima del hechizo
no pueda tocarte, no pueda encender esta luz que, de pronto,
se vierte entregada hacia la fugacidad hostil de tu sombra.
Gracias, Amapola. Besos.
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