martes, 11 de agosto de 2020

Nocturnal



Me he detenido en el mapa negro de la noche.

Los charcos son un ojo de alcanfor,
la virtud de los faros ciega los cristales sombríos.

Me gusta el andar esponjoso de los gatos,
su imagen de tótem en los alféizares.

El lirio en las ventanas crece como un músculo vegetal,
los visillos velan la múltiple secuencia,
repetida canción de la oruga.

Oigo mis pisadas que son las huellas del caracol,
la música rompe en círculos
como ondas invisibles de un mar nocturno.

Hasta ti las golondrinas no llegan,
jamás fuiste pájaro de luna,
en los aullidos de un portal las confidencias son azules,
hay un rumor de telarañas de invierno,
tus tacones, el abrigo verde, las medias encendidas bajo el farol
y la voz que persigue tu voz embaucada
por la infantil calavera de deseo.

La fuente y sus caballos de belfos líquidos,
los arcos que lima el horror del aire,
el musgo en las agujas, escaleras somnolientas de rubís,
un pórtico sin umbral, ni símbolos, ni arcángeles dorados.

Es pérfido el regreso porque la lluvia tiene hambre,
me asombra el frenesí de las gárgolas,
labro tu nombre en el capitel de una columna sin fuste.

Crepitan cometas en el pesebre de los nimbos,
no veré su lejanía de joya celestial,
solo existe el murmullo del agua,
la indiferencia gris de los paraguas
y un resplandor de nácar
en mi almohada perpleja.

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