Puedo recobrar su luz, su carne y su latir.
No es una casa muda, respira con branquias de amor,
sonríe en los espejos con la alegría invisible del abrazo.
Me arropa y se enfada como una madre, esconde
un rumor alegre de manantial, susurra en los oídos
del niño palabras viejas que invocan al dios del sueño,
en la oscuridad laten su corazón y el mío a la vez,
armonía fértil de una vida sin daño. Siempre está
en los días tristes, siempre el recuerdo la nombra, entonces
retorna la niñez y la casa me habla con su voz antigua.
Hoy sé que esa casa es mi infancia.
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