Ahora que me abro a ti,
que las palabras son puertas blandiendo espadas de aliento,
y la voz no se oculta,
quiere en sí la claridad,
el corazón longitudinalmente acanalado,
sin máscara el verbo que proclama nubes de púrpura,
acequia fluyente aún,
espejo que poblamos con nuestra faz altiva,
coro al entonar los últimos himnos sin gloria,
bandera en los ojos, bandera irreal de colores azules
y estrellas y barcos hacia el infinito.
Recuerda cómo caminábamos sin pisar las hojas del parque,
el destino era un delta de oro,
la vida un film sin final,
perseguidos por la sed del deseo
una lluvia cómplice hervía bajo la crueldad del farol,
a lo lejos remoloneaba el oleaje como tu lengua al rozar mi pezón,
-espuma que barniza la areola-, recuerda las quimeras
de los viajes desconocidos, el auto insomne hacia el sur,
un hilo la roja autopista, puestos de sandías y alcornocales,
casas encaladas y el viento cálido en tu cintura.
Tal vez aún exista en ti la memoria de las noches
cuando vibró el candil y la hojarasca era un lecho de orugas inmensas,
el bosque y el follaje tan lleno de pájaros dormidos,
el árbol sin corteza que nunca odió a la nieve.
Y un secreto, y el silencio y su carcoma,
el hastío adolescente como rubí de una garra voraz.
Ahora que me abro a ti, te pido una luna compartida,
flores de futuro en el ojal que yo entrego a la luz,
piensa en el rumor del agua en los cantiles, fluye débil,
pero aun así humedece la sequedad de nuestras sombras.
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