Ya no miro en el espejo mi identidad.
Los pómulos lívidos, las comisuras de la boca agrietadas,
la sien y su delta, en la frente dos bahías sin mar.
Piel que ha vivido horas de luz, piel cómplice en los años yacidos,
piel que sedujo a la vida y le dio aliento al amor,
fachada a la amistad, hogar a los días más agrios,
pálpito a los instantes felices. Mi rostro adelgaza,
pierde el color, se acostumbra a vivir hacia adentro
en una ósmosis programada. Cuando al fin me mire en el espejo,
al trasluz de la noche, reirá sin gracia la fatal calavera.
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