Nadie te alza sobre parihuelas de pino,
ni vives en hornacinas de oro. El rostro
cerúleo no es el tuyo, la expresión doliente,
la recamada tela y las joyas que relumbran:
perlas, rubís, ópalos, ágatas… Nadie te reza
en las madrugadas del dolor, no encienden
cirios por ti, ni velas perfumadas, ni la plata
esconde el lino ni la púrpura. Virgen de carne,
tu templo es el frío de los inviernos, virgen
de soledad tu vestido son andrajos, tu sayal
la arpillera que un día encontraste. Nadie te regala
los mantos ni el oropel, nadie te ha encumbrado
como una madre eterna. Tu capilla es la oscuridad
del callejón, tu sillar el viento, tu esperanza el olvido.
Pero tú eres mi virgen de podredumbre, la virgen
de los pobres, la señora de la luz, pordiosera mía.
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