jueves, 28 de agosto de 2025

El fruto de la nocturnidad

Que eco recuerda el paso de ayer, silencio de piedra en la noche viva, 

sigo el crisol amarillo de los faroles, la rama violeta del árbol en la lejanía 

que recibe en sus hojas el neón, y soy lluvia y aroma de mirto, soy la luna 

en el cristal de todas las ventanas que no nacieron de tus ojos, me alimenta 

la voz vieja de los portales y el primer goce de los cuerpos bajo las sábanas 

encendidas por la pasión desnuda, qué luz confunde la rosa blanca con el ágil 

pájaro negro que vuela por las cornisas mojadas de ardor, columpios en el parque 

como astas vencidas, un resto de sol en esta iglesia, milagro de cirio 

en la hornacina que las gotas perdidas de la tarde mojaron con su agua 

de amor, y en ti una guirnalda y un sol herido, en ti la penumbra 

del ave muerta, en ti la tez de una hormiga que es un faro blanco 

en mi senda de nocturnidad pétrea, y voy al rótulo de atavíos 

curvos, con un nombre antiguo de simbología intacta, voy a la música 

y a las letras de la poesía con el zurrón vacío de nieve, voy esquivando 

los espejos para que en mi rostro no crezca la nube del olvido, 

voy como sombra entre pilares de mármol ausente y fugaz 

dejando un verso gris entre tus cejas de tinta azul, y llego 

al atrio y al túmulo, al arco ojival y al oro de la caoba tintada, 

allí en un segundo de paz mi oración es un aullido que se vierte

dentro de mí como un bisturí que saja la ausencia de los mil nombres 

con que quise ocultar el mío ahora que nadie ignora a cuál respondo.


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