Ven extraño mensajero que con el fervor de mi sangre
te acicalas, silencioso como la piedra del ámbar antiguo,imberbe porque tu piel de recién nacido simula protección,
bálsamo y herida, majestuoso desde el precipicio del alba,
nunca ausente, siempre gloria de los minutos y del azar,
en la canción de tu río tiemblan las gárgolas del día, robas
al sol el eje de la luz y lo vuelves mancha que reluce bajo el azul
como ceniza de la noche o alba oscura del silencio, fluido blanco
que hace temblar el carmín de los labios, desvelo que dura
lo que duran los millones y millones de latidos que te nombran,
flor de azalea en la penumbra que roza con sus pétalos insaciables
la paz sin gloria de los muertos, asesino del ímpetu que atenaza
las garras de la vida con su collar inverso de rubís sin alma;
no acudas al arrojo ni a la serenidad vieja de los dólmenes,
calla y sé sombra en el bosque más profundo del olvido,
amarra tu ancla junto a la fiebre azul de los espejos
y deja que se vuelva luz el acto de ser y no vigor
de estatua la tenaza de tu aliento, aléjate de mí
con tu órdago infantil que ya no asusta a los lobos
que alimentan con su aullido las raíces de mi corazón valiente.
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