Te vi desde mi auto cuando el semáforo se puso en rojo.
Eras tú, no tuve duda,
quien cruzaba por el paso de cebra.
Con el andar más lento,
con la ropa más formal,
casi esquelética,
el cabello oscurecido
y unas gafas de ver
que entonces no usabas.
Pensé por un momento en si,
de intercambiarse los lugares,
tú también me hubieras reconocido a mí
a pesar de lo que los años
habían hecho con mi juventud.
Con pudor infantil me agaché
cuando pasabas junto a mi coche
para que no pudieras verme.
Quizá por guardar otra imagen de ti en la memoria
nunca fue tan cruel descubrir
que ya somos
definitivamente
viejos.
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