viernes, 1 de agosto de 2025

La vida no está aquí

 

Lo que llama la atención del casco viejo de las ciudades

es que siempre está igual

-sin referirme a terrazas,

comercios o residentes

que son como las flores vivas

de un jardín de piedra-.


Nada cambia allí, ni la luz, ni los edificios,

ni el color gris o amarillento de las fachadas antiguas.


El de mi ciudad no es una excepción,

me doy cuenta ahora que lo visito al alba,

-sin turistas ni borrachos

ni nadie que madrugue para ir a trabajar-,

solo el sonido de mis pasos repicando en las losas,

y el color malva del cielo entre cornisas oscuras.


En alguna época se construyeron para languidecer,

con sus bloques de granito o de caliza 

y sus iglesias con plazas 

ahora desiertas.


La vida no está aquí, la vida no es la eternidad,

la vida es todo lo contrario:

un saludo a lo efímero.


El visitante

 

Un día aparecerá como un huésped inoportuno.


Me lo dijo mi abuelo.


Después mi padre.


Es una molestia en cualquier sitio:

la espalda, la rodilla, el cuello…


Es ese dolor que llega con los años

como una visita incómoda

que ya no se irá.


Ahora soy yo el que lo sufre

y el que se lo dice a mi hijo

cuando pregunta

qué me pasa.


El cuerpo envejece y nos lo recuerda.


Es su inútil forma de reclamar más vida.