Después de la lluvia el himno del sol en las aceras.
Es abril y el cáliz de tu voz en los espejos
se asoma a la cruz indiferente de la noche.
Habitamos el clavel y la azucena, el mercurio y la plata
de los signos y no hay memoria que refleje un cosmos
ni constelaciones por conquistar en tu alcoba desnuda.
Muy lejos, en el bosque que nace de tu sombra herida
mi desolación talada se llevó los árboles,
mi tesoro de infancia es un candil de luz gris,
mi azul es un mapa de agua y cielo.
Y vibra el tambor y el eco del páramo se posa en mis labios
y de pronto todos los tigres salen a la luz, porque hay ansia,
y hambre negra, y sigilo en mis pupilas cuando se acerca tu iris
y me ves roído como el trofeo de una rata que se desprende de tu boca,
anónima, cruel, insaciable y pura.
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