domingo, 14 de enero de 2024

Los sueños imperfectos y la realidad perfecta

 

A menudo me despertaba con la sed de la nostalgia en los labios.

No conseguía recordar cómo era tu rostro a mi lado,
en la alcoba la luz penetraba
lo mismo que una lengua de agujas blancas mordiendo la noche,
y en el medio del tapiz onírico las escenas de mi vida
fluían en carrusel, sin orden de tiempo ni espacio,
como fantasmas desnudos arrastrándose, desvalidos
por la vorágine del sueño.

Al despertar, la fijación de las cosas,
su orden o tal vez su inmovilidad- la tiranía del recuerdo inmediato-
me anclaban al presente de una doble manera,
lo vivido antes de sellar mis ojos y lo real en una idéntica fotografía,
incluso el reloj parado desde hacía tanto tiempo lo ratificaba,
sin que el aumento o la disminución de la luz convirtieran la escena en algo diferente.

Así pensaba yo después de que el sueño hubiera dejado su huella en mi lucidez
y es que me sentía parte de un momento detenido en el tránsito invencible de las horas.

Y si volvía al sueño, de nuevo las imágenes se volcaban imperfectas, alteradas,
sin la sólida paciencia de la realidad, sin la sincronía de los minutos,
sin la sensación de habitar un espacio alrededor de ellas,
sin ser protagonista del su caprichoso caudal.

Por eso a menudo me despertaba con la sed de la nostalgia en los labios.

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