Me adentré en los espejos de la senectud
donde las metáforas son jardines de
piedra.
Doblado en mi carne vieja como un árbol
que el aire azota,
presente tú en mi orilla de río que
despliega su razón de agua
como un hilo húmedo por los surcos del
azar, por la lama y la roída
piel del canto rodado, por el caudal incesante
de tu nombre.
Sin temor la armonía de la quietud cuando
el silencio amanece
y se cubre de oro el infinito instante en que la
proximidad
es urdimbre de una tela que la vida
rasgará sin preguntarnos.
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