Desde los abecedarios de la luna llega tu
sombra.
Convertida en muralla tu cintura, sin las
alas del ángel,
terrenal como un tallo duro y altivo,
joven como la aurora
al morir la noche, lejos del fósil herido
por el sol de agosto,
apareces con el resplandor de la
tormenta, con el aire tibio
de tu nombre, con las rosas alegres de tu
canto en los alféizares
de la memoria, con el vino rojo de la luz
en los párpados, para
ser la canción viva que llena de rocío mi
piel, la ola que humedece
mi voz cuando desde el silencio te llamo,
la espuma que derrama
en mi pecho el frenesí de tu cresta, el
rizo de tu sal, colmándome.
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